TABACO Y LITERATURA

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(Este artículo fue inspirado por la lectura de Solo para fumadores de J.R.R)

El escritor André Gide, que murió octogenario y fumando dijo una vez: "Escribir es para mí un acto complementario al placer de fumar".


Esto no se trata en lo absoluto de una apología al tabaco, más bien he procurado hacer un recuento anecdótico de la curiosa y perenne vinculación que dicho estimulante ha tenido con los hombres letrados… y es que, si bien Bukowski, Dylan thomas y Malcom Lowry dedicaron extensas paginas de su obra al néctar dionisiaco “el alcohol” y De Quencey opto por devorar el opio mientras que toda una generación “los beatniks” encabezados por Burroughs y Ginsberg preferían el acido Lisérgico así como Dotoievski la ruleta.

Han habido a lo largo de la historia literaria innumerables chimeneas, amantes de la pipa, los puros y la nicotina, que seria bueno recordar y conocer desde otro ángulo, uno que acompaño de cerca sus geniales prosas y lirismo…

Recuerdo una foto en que Robert Louis Stevenson, autor de La Isla del Tesoro y Mr. Jekyll and Dr. Hyde, aparece portentoso frente a la cámara, esgrimiendo un cigarrillo en su mano derecha. El escocés dotaba al tabaco de una majestuosidad sólo comparable a la de su trabajo literario. Aventuras que influirían en clásicos modernos como Borges.

El escritor de Tom Sawyer amigo de Stevenson, también es digno de recordarse como un vicioso del tabaco. Mark Twain usaba pipa y fue de los primeros en reconocer que era esclavo de una adicción, la cual relacionaba con su virtual imposibilidad de dejar de escribir. Con su habitual sentido del humor, Twain dijo en una ocasión "Dejar de fumar es fácil, yo ya lo dejé unas 100 veces".

Por su parte el también novelista y creyente en el espiritismo Arthur Conan Doyle no se apartaba de su pipa. La relación entre tabaco y agudeza que veía Doyle fue tal, que la reflejó en el erudito investigador Sherlock Holmes, también empedernido fumador.

Oscar Wilde también solía fumar varios cigarrillos, antes y durante la creación de sus novelas lo mismo que el poeta Trascendentalista Walt Whitman y el genio tras madame Bovary, Gustave Flaubert. El francés fue un fumador tenaz, al punto que tenía los dientes cariados y el bigote amarillo.

Si de actividad grupal se trata, el circulo existencial conformado por Albert Camus, Simone de Beauvoir, el jazzista y escritor de género Boris Vian, el dramaturgo Jean Genet y desde luego el maestro del ser y la nada Jean Paul Sastre, daban rienda en tertulia, a sus discusiones encumbradas en torno a la antinomia de la realidad humana como absurdo, en el café de Flore, en Saint-Germain-des-Prés, acompañados de tabaco y alcohol.

Hemingway maestro de prosa lacónica y directa, fue un hombre que gustaba de las pipas grandes y robustas. Su colección le permitía aguantar largas veladas en compañía de un buen ron o una malta. African dream es el nombre de una mezcla de tabaco de pipa creada por el propio escritor que hoy se comercializa en Estados Unidos.

William Faulkner otro epónimo de la literatura norteamericana moderna, con un estilo opuesto al de Ernest Hemingway, exuberante, fértil en descripciones e intrincados juegos narrativos, compartió con su paralelo de la generación perdida si bien no similitud de estilos, si el amor por el tabaco y la pipa.

Otro destacado del circulo que se reunía en Paris en torno a Gertrude Stein y Ezra Pound, en este caso Irlandés y creador del Ulises, James Joyce. Si bien no invento su propia mezcla de tabaco, mientras fumaba indiscriminadamente se las arreglo para pasar a la historia por reformular la forma de narrar desde el yo, potenciando el poder del monologo y el fluir de la conciencia.

Ya entrados en la segunda mitad del siglo recién pasado, el norteamericano Paul Auster también dedica en su trilogía de Nueva York, haciendo gala de su particular estilo compuesto de azarosos encuentros y trivial erudición, datos curiosos acerca del tabaco, vinculando este a los casos más insólitos. No es mera casualidad la presencia de la nicotina es sus páginas, pues también al incursionar en el cine, ha tratado de cerca el tema. Tanto en la película Smoke en la cual hace de guionista como en Blue in the face en la que además de trabajar la historia codirige junto a Wayne Wang.

En ambos films, asistimos a una serie de historias descabelladas ligadas en torno a una tienda suministradora de tabaco. El local atendido por un excéntrico personaje Auggie Wren (Harvey Kaytel) es el punto de reunión para inusuales tipos que revelan su vivencia frente al tabaco, entre ellos el canoso director independiente, Jim Jarmusch, quien dirigiría luego algo similar a las cintas de Wang y Auster (Coffe and Cigarettes) sólo que en blanco y negro y añadiendo al cigarro, el café, como el dice, el desayuno perfecto…

Casos dignos de mencionar por su cercanía, el cronopio Julio Cortázar, Inolvidable es la foto en que mirando de frente a la cámara, sostiene un pucho entre sus labios. Quizá sea mal de los cuentistas, pues otro grande del relato corto, el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (la palabra del mudo, prosas apatridas y los gallinazos sin plumas) tampoco parece soltar su cigarro. Incluso el descaro de su vicio lo llevo a revelar desde una postura ontológica, en un genial cuento autobiográfico llamado Solo para fumadores, la relación entre el tabaco y la literatura. La afición lo lleva a definir el carácter esencial del objeto, elaborar un teoría sobre su mágica atracción y a través de una serie de viajes y desventuras, nos transporta hasta el punto clave en que debió hacer frente al vicio, al descubrir la ulcera estomacal que finalmente nos lo arrebato, días antes de recibir el premio Juan Rulfo.

La vinculación que él le atribuía a su arte lo llevo a declarar en más de una ocasión, que el acto creativo había adquirido para si, la misma naturaleza del vicio: un hábito que luego se convierte en una enfermedad incurable, autodestructiva y fanática. Ribeyro escribe por un impulso fatal, una necesidad ineludible. Dejar de hacerlo, como dejar de el cigarrillo, le habría hecho la vida insoportablemente insípida.

Ello lo lleva a sumarse a una lista encabezada por Moliere, que al comienzo de su obra Don Juan declara : "Diga lo que diga Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tabaco... Quien vive sin tabaco, no merece vivir".

Thomas Mann a su vez, pone en labios de su héroe, Hans Castorp, estas palabras acerca del vicio: "No comprendo cómo se puede vivir sin fumar... Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como, tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar... Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme". Finalmente el peruano alude en su cuento a Italo Svevo quien con agudeza y humor insuperable, le dedica al acto de fumar, treinta páginas magistrales en su novela, La conciencia de Zeno.

Podría continuar con la lista por días y luego enumerar que se yo, a poetas malditos como Baudelaire, inspirados bolcheviques como Gorki, matemáticos filósofos como Einstein y Russell, al padre del psicoanálisis Sigmund Freud, a clásicos de la literatura cubana como Cabrera infante, extender esto tal vez a otras disciplinas artísticas y nombrar a pintores rupturistas como Van Gogh, Cezanne o Edvard Munch y así hasta la saciedad…

De cualquier manera, el que se lleva la galleta como el fumador empedernido de la historia literaria, es el gran filósofo ruso Mijaíl Bajtin, quien, condenado por Stalin a un exilio forzoso en un lugar donde no había estancos, se vio obligado a fumarse un ensayo sobre Goethe, en el que trabajo por diez años. Mecanografiado en papel cebolla, se confió de tener otro manuscrito guardado en la capital rusa, mismo que desapareció patéticamente tras un bombardeo; no pudiendo agregarse a sus espectaculares estudios como el del carnavalesco en Rebeláis y la polifonía en el quehacer de su compatriota Fiodor Dostoeivski. Una obra que sin duda se esfumó en una dulce bocanada.

Autor: Daniel Rojas







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