Ribeyro, el mudo, también hablaba




Ribeyro dejó adjetivada su evolución fotográfica.

“Es un gran escritor, de mucha personalidad, pero tiene mucha escoria”. Así, al paso pero enfática y lapidariamente, define Julio Ramón Ribeyro la obra de su coterráneo José María Arguedas. La frase, botón de muestra de su pensar y hablar directos y sin miramientos, está incluida en una de las catorce entrevistas que el crítico peruano Jorge Coaguila reunió en Las respuestas del mudo, donde también viene un apartado con respuestas breves espigadas de entrevistas que no calificaron para este volumen, respuestas breves que más de un parentesco guardan con las Prosas apátridas del propio Ribeyro. Y también viene un dossier fotográfico en el que está incorporado un especie de diario mural autobiográfico (el que aquí publicamos) donde Ribeyro aparece comentándose a sí mismo en fotos de distintas etapas de su vida. El humor escueto, la agudeza y la precisión adjetiva del peruano saltan ahí a la vista.

La primera entrevista que se incluye fue publicada en Lima en marzo de 1978; la última, en Lima en agosto de 1994, poco después de haber recibido Ribeyro el Premio Juan Rulfo y poco antes de morir, en diciembre de 1994, también en Lima, donde 65 años antes, el 3 de agosto de 1929, había nacido. Sin embargo, fuera de su infancia y juventud y esporádicos años limeños, Ribeyro vivió sobre todo en Francia, no obstante lo cual era un autor marcadamente peruano (como lo fuera Martín Adán) pues, como él mismo dice en una de las conversaciones incluidas, “la nacionalidad no la aporta uno en los temas, sino en la manera de ver las cosas”, y su manera de ver las cosas, desencantada y más bien triste aunque nunca catastrofista ni exenta de humor y distancia, es más peruana que francesa. Igualmente, algo de la característica pesadez francesa se le fue pegando en su larga residencia parisina, lo que añadido a un carácter refractario y combinado con una inteligencia perspicaz y un sentido de las proporciones finísimo, da por resultado una voz fascinante, iluminadora con frecuencia y siempre inteligente: justamente la voz que se oye, o se lee, en rigor, en las entrevistas de este libro, donde hay conversaciones más literarias, como aquella que mantiene con el poeta Antonio Cisneros, en la que Ribeyro revela que también escribe poemas que, eso sí, se niega a publicar, y otras más contingentes (“El Perú de hoy da para una novela negra”, dice en 1992), otras generales y una, muy amena, en la que es entrevistado en conjunto con su amigote Alfredo Bryce-Echeñique, con quien, sin el tufo voluntariosamente taquillero de tanto escritor actual, hablan de fútbol con interés genuino.

Ribeyro, que es autor de libros que irán quedando en el ruedo y, muy probablemente, desplazando a algunas de las novelas de las estrellas del Boom, porque es plausible pensar que La tentación del fracaso –el imponderable diario de Ribeyro– o sus Prosas apátridas o cuentos como “Solo para fumadores” o “Silvio en El Rosedal” (por mencionar dos clásicos suyos), van a tener en un futuro más lectores que, por poner dos casos, Aura de Carlos Fuentes o Las travesuras de la niña mala de Vargas Llosa… Y bien, Ribeyro, que es entonces autor de libros y textos que probablemente irán quedando, era reacio a las entrevistas pero accedía a concederlas, según se lee en este libro, por consideración a sus editores y lectores. Y es que, aunque directo y cortante, Ribeyro debe haber sido un hombre considerado y caballeroso, si bien no especialmente cálido y, como sea y ya con seguridad, muy contrario a la figura del escritor opinante. Por ello es que de este libro puede decirse que recoge los pensamientos de Ribeyro, no meramente sus opiniones, pues cuando no tenía una idea respecto a lo consultado ni interés en pensarlo se mostraba parco o elusivo.

Hablaba de aquello sobre lo que tenía algo que decir, muy especialmente de literatura, de la ajena con pasión y de la suya sin autocomplacencia alguna pero tampoco con falsa modestia. Cuando Fernando Ampuero termina una entrevista pidiéndole una “opinión” acerca de si el escritor debe o no ser incómodo para el poder, la respuesta, evidentemente, es más que una mera opinión: “Eso depende del poder. Si se trata de un gobierno despótico, el escritor estará atacándolo y el poder sentirá que este es incómodo. De ahí que haya tantos escritores exiliados, deportados y encarcelados. No es ese el caso de los gobiernos democráticos. El escritor puede entonces apoyar al poder, incluso apoyarlo por omisión, si no se pronuncia, o proceder como un crítico saludable o un crítico a secas. Lo que sí juzgo inconveniente es que se convierta en un adulador del poder. Porque la adulación es negativa tanto para el que adula como para el que es adulado. De todos modos, la legitimidad del poder no deriva de que los escritores se adhieran o no a un determinado gobierno, sino de la adhesión del pueblo”.

Cercano al que leemos en sus ensayos, aforismos y diarios, el Ribeyro al que accedemos en este libro refrenda el aserto de Jorge Coaguila, que lo define como “el mudo más locuaz de las letras peruanas”. Y el con más amplia resonancia, podría agregarse estirando el oxímoron.

LAS RESPUESTAS DEL MUDO
Julio Ramón Ribeyro
Selección, prólogo y notas de Jorge Coaguila
Lolita Editores, 2012, 206 páginas



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