PRIMER ACERCAMIENTO A "LA TENTACION DEL FRACASO" DE JULIO RAMON RIBEYRO

PRIMER ACERCAMIENTO

A "LA TENTACION DEL FRACASO"

DE JULIO RAMON RIBEYRO

Sergio R. Franco


   

En los últimos tiempos, la prosa hispanoamericana, usualmente constreñida a unos cuantos géneros o formas, ha comenzado a explorar diversas modalidades expresivas. Una de las más interesantes, por su desarrollo y posibilidades, es el diario íntimo. Es bueno recordarlo precisamente para ubicar históricamente los tres tomos de La Tentación del Fracaso, Diario Personal de Julio Ramón Ribeyro -los tres primeros de una larga serie- que analizaré en el presente trabajo. No cabe descartar que los volúmenes restantes cuestionen lo que aquí se diga. En todo caso, no pretendo sino esbozar una primera lectura de la obra y el reconocimiento de algunas de sus líneas de fuerza.

La publicación, en 1992, del primer volumen de La Tentación del Fracaso constituyó una inflexión importante en la prosa peruana, y acaso hispanoamericana. La primera impresión que sucitó fue que Ribeyro abandonaba su parquedad característica, e incluso la producción paratextual más inmediatamente ligada a la obra acude a esta idea y la subraya como una de sus novedades mayores; la otra sería la opción de género literario.

En realidad, la aparición de este diario resultaba si bien no previsible, cuando menos poco sorpresiva para quienes habían seguido la trayectoria del autor. A ese respecto, cabe recordar que durante los ochenta se editaron obras de Ribeyro de marcado tono reflexivo y aun confesional: una nueva edición de Prosas apátridas (1986); Sólo para fumadoresDichos de Luder (1989). Todos estos textos, y también los Relatos Santacrucinos (1992) -así como, desde luego, los tres primeros tomos de La Tentación del Fracaso- revelan que la producción del autor había ingresado a una nueva fase creativa, caracterizada por la preeminencia de lo autobiográfico y lo moralizante. (1987);

Por lo que concierne a la carencia de precedentes, para limitarnos al caso de la prosa peruana, ella, me parece, es tal. Podría objetarse que José María Arguedas dejó un diario conformado por cuatro textos que son otras tantas etapas de una sola ruta mórbida; y que si bien los diarios no son frecuentes entre nosotros, algunos hay: el de José García Calderón y el de Alberto Jochamowitz (ambos redactados en francés), sobre cuya pista nos ponía el propio Ribeyro en un artículo que data de 1974 y que recoge en su libro La caza sutil. Por eso, prefiero matizar lo anterior y decir que hay en el diario de Julio Ramón Ribeyro una novedosa sapiencia: el acendrado rigor en el diseño o plan de una obra que en un principio parece irse haciendo de manera asaz espontánea, pero en la cual se manifiestan rápidamente un gusto y un conocimiento que otorgan al autor de La Tentación del Fracaso un "oficio" de diarista, él sí, inédito.

El diario

El diario es uno de los modos que asume la Dicción Biográfica, la cual comprende, además, a las memorias, la autobiografía y las confesiones, modalidades que ciertos estudiosos denominan Géneros Introvertidos. Se trata de una forma de narración intercalada, de temática autobiográfica, bastante libre en lo que atañe al estilo y la composición. En el diario, así como en las memorias, confluyen tres instancias que se identifican en un solo sujeto: el autor, el protagonista y el narrador. Desde una perpectiva estrictamente narratológica no existe ninguna diferencia entre el diario de un escritor y el de cualquier otro individuo. Constituye un error, por tanto, establecer "subgéneros" diarísticos según quién emita el texto.

Todo diario se plantea como un texto problemático en tanto que su referente pesa como elemento de verificación, a diferencia de lo que acontece con formas narrativas en las que se alude a existentes, acciones y mundos posibles distintos a los de la experiencia del eje autor-auditorio (narrativa artificial, para emplear la denominación de Van Dijk). Antonio García Berrio y J. Huerta Calvo, incluyen al diario entre los géneros didáctico-ensayísticos, es decir entre aquellos que sólo parcialmente contemplan o asumen una intención estética, pues su telos se orienta hacia lo ideológico. Pero no menos cierto es que muchos importantes diaristas suelen trabajar con impresiones antes que con recuerdos elaborados o interpretaciones de los mismos. De lo anterior derivan la inmediatez y vivacidad que tanto aprecian los lectores afectos a este modo expresivo, así como las contradicciones e inconsistencias de muchos juicios de valor. Maurice Blanchot, por su parte, entiende que el diario es un texto del que un autor se vale para retardar el inexorable momento solitario de la escritura.

Si bien el diario fomenta la individuación merced a su dialéctica entre identidad y alteridad, creemos erróneo considerar, como sostiene Seymour Chatman, que el narratario de un diario ha de ser necesariamente el autor mismo. En la actualidad, los diarios (así como las memorias y las biografías) se hallan perfectamente incorporados a la industria editorial y cuentan con un público propio. Por otra parte, y en una entrada interesante aunque contraria a lo que acabamos de indicar, conviene recordar la hipótesis de Iuri Lotman según la cual uno de los rasgos distintivos de trabajo del texto artístico es la divergencia entre el destinatario formal y el destinatario real.

Los lectores de diarios suelen operar con dos a prioris: en primer lugar, consideran la realidad que el texto propone como algo previamente dado, no como el espacio textual construido culturalmente que realmente es. Induce a ello, sin duda, el que los diarios se perciban como textos que proponen mundos comentados desde una perspectiva de locución retrospectiva con relación a lo que se relata, aun cuando por el caracter didáctico-ensayístico mencionado el diario admite, con mucha naturalidad, perspectivas de coincidencia y de anticipación. El segundo a priori consiste en subestimar la importancia de lo siguiente: que la autoría es un sistema social impuesto en el ámbito de la escritura incorporada a los "dialectos de la memoria" de una colectividad.

Tránsitos de una escritura

¿Para qué un diario? Una de esas preguntas "ociosas" que fatiga contestar. No son muchos los diaristas que dediquen a este tema tan constante e inspirada reflexión como Julio Ramón Ribeyro. Tal vez porque para muchos de esos autores la razón de la propia escritura (y de la vida) se imponía con negligente claridad. Es útil detenerse en la anotación del 29 de enero de 1954: el diario es fruto de la hipocresía para con uno mismo, opera como "el derivativo de una serie de frustraciones, que por el solo hecho de ser registradas parecen adquirir un signo positivo" e implica "un problema capital planteado que jamás se resuelve y cuya no solución es precisamente lo que permite la existencia del diario." En 1955, Ribeyro añade a lo anterior, casi de pasada, que intenta hacer de sí mismo un interlocutor (anotación del 30 de septiembre). Empero, un lustro después, ese impulso narcisista -autofágico- ha cedido ante la evidencia del correcto lugar donde el texto se ubica: "comencé a darme cuenta de que el diario formaba parte de mi obra y no solamente de mi vida." (anotación del 8 de enero de 1960). Y en 1969 observará: "Yo no tengo conciencia de mi identidad y si en una época llevé un diario casi cotidiano creo que fue para salvar mi identidad de los avatares de una vida morosa, dispersa y vagabunda." (Consecuentemente, la fecha exacta de esta anotación no se precisa).

Ahora bien, me parece detectar que tras una primera temporada de la escritura en que la naturaleza del diario mismo era asumida como motivo de cavilación, sobreviene luego un período en que las observaciones a ese respecto se tornan mínimas y las subdivisiones internas se limitan a precisar fechas: el autor ha aprendido a convivir con esa actividad y ya no necesita interrogarse en demasía. Quince años después de la última anotación, Ribeyro puntualiza cómo concibe su texto: "(...) se trata por lo general de una serie de fragmentos 'informativos' que no pretenden sino dar cuenta esporádicamente de mi vida activa o reflexiva." (9 de diciembre de 1975). En 1977, el autor ya cuenta con la suficiente perspectiva para distinguir tres etapas en esa producción: la primera va de 1950 a 1960. Su "tema": los viajes a Europa. La segunda comprende los diez o doce años que permaneció en la agencia France Presse. La tercera, a la que denomina "Década de la Burocracia", el lapso durante el que trabajó en la Embajada Peruana en París y en la Unesco. Ciertamente La Tentación del Fracaso, aun cuando en un comienzo subdividido en varios minidiarios (primer diario limeño, primer diario parisino, diario antuerpense, segundo diario limeño con interludio ayacuchano, etc.), goza de una notoria cohesión de estilo e intención. Hacia 1978 el autor indica, amén de las dudas sobre el valor de la obra o sobre la posibilidad de que ésta halle lectores (temor que no creo que la actualidad confirme), la pretensión de publicar, a manera de globo de ensayo, la primera etapa del conjunto.

Diario y alteridad

La revisión que un escritor lleva a cabo de su diario supone un reencuentro cuya gravedad excede la de una simple relectura: el riesgo de convertirse en censor -no en corrector- de sí mismo y de perderse en dichas páginas. En la anotación del 22 de julio de 1969, Ribeyro confía su deseo de incinerar los diarios que redactó entre 1950 y 1955. (Para ese entonces ya ha destruido los que llevó desde 1946 hasta 1949). Ignoraremos, pues, lo que se escribió en esas páginas como el autor, a su vez y en su tiempo, posiblemente se ignoró. Sabremos lo que podamos atisbar y, si verdaderamente nos interesa o se nos facilita, ejercitaremos el complicado arte de leer entre líneas; intentaremos, tal vez, indagar quién era C. y si todavía vive. En fin, nos entretendremos con algunos datos como quien juega con las fichas de un rompecabezas que no existe. Al autor, por su lado, corresponde un arte mayor: el de representar. La percepción que posee el diarista del "rol" que desempeña ante el narratario extradiegético implícito, otorga al diario un innegable patetismo que incomoda al lector discreto -cuando no lo excita. A muchos otros ciertamente aburrirá, como podría aburrir al autor mismo su propio texto; pero para los primeros es más fácil cambiar de lectura que para el segundo cambiar de vida o de personaje. Esa condena me recuerda la afirmación de Franz Kafka, trivial sólo en apariencia, según la cual el lector de diarios que no lleve uno propio estará siempre ante éstos en una posición falsa.

Lo confesional y la reticencia

Los lectores suelen conjurar la fragmentariedad propia del diario, típico texto acausal, acudiendo a la idea de "trama", con lo que se postula un telos vital. Y un ethos. Esto no escapó a las previsiones de Ribeyro, de manera que advierte al lector: "Lo que me aterroriza es que mi diario, si alguna vez se llega a publicar (...) pueda convertirse en un libro 'formativo', en el sentido en que se encuentre en él algo de ejemplar o recomendable..." (9 de diciembre de 1975). A ese desinterés por lo didascálico sigue una enumeración de carencias personales: "Carezco de voluntad (pues si la tuviera no habría fumado ni bebido durante años para librarme del mal que me mata), de ambición (pues habría aprovechado situaciones privilegiadas para sacar ventaja de ellas), de coraje (pues me habría ido a las guerrillas en 1964), de lealtad (pues debería haber renunciado públicamente a mi cargo cuando cayó Velasco), de previsión (pues debería poner orden en mi vida ahora que me estoy yendo de ella y dejo mujer e hijo) En suma, soy el mal ejemplo, lo que debe descartarse." No descuida atribuirse -alguna virtud ha de tener al fin y al cabo- lucidez y tenacidad para la escritura. Cierto. Quien lea La Tentación del Fracaso se acercará a una vida que en muchos momentos está a punto de naufragar a lo largo de una travesía, tensa y dolorosa, en la que resalta la terca voluntad de vivir y crear que un hombre opone, durante años, al "cangrejo" que le roe las entrañas. Pertinentemente, los pasajes en los que alude a su mal son contenidos y lacónicos; ejemplares de los límites que se ha trazado la confesión. La reserva es la forma de un decir, no su ausencia.

La imagen especular

Lo personal, ese terreno difuso que los seres se empeñan en defender cuando no se desviven por crear. La "trama" del diario de Julio Ramón Ribeyro no es única: los trabajos, los placeres y los días de un joven sudamericano que no puede sino convertirse, paulatinamente y sin que sepa muy bien cómo ni para qué, en escritor. Jugando con una idea de Stendhal, yo me permito sugerir que un diario es el espejo que lleva consigo un autor a lo largo de su ruta.

Lo primero que hay que hacer al escribir un texto es fabricar un hablante. El de La Tentación del Fracaso escoge la claridad, la concisión y la llaneza como los solos elementos a través de los cuales invita al lector a internarse en esa Terra Incognita que es la vida de otro, quienquiera que éste sea. Y después, hace falta un personaje central: en este caso uno que sugiera la imagen de quien escribe. Aparece, entonces, la figura de un achacoso y joven aprendiz de escritor, hiperconsciente, apático, inmune a las modas y a las seducciones de la gloria fácil (o de la gloria simplemente), irremediablemente atrapado por la literatura. Este personaje se mantiene a lo largo de páginas y años, y mientras leemos nos alarma la sensación de tiempo malgastado -el de Julio Ramón Ribeyro y el de nuestra propia lectura-: el relato de diversos acontecimientos, conversaciones, amoríos, frustraciones, aciertos y fracasos no se va traduciendo en una evocación perfecta: la que salva del olvido un instante, un aroma, la textura de la suave piel de una mujer en cuyos cabellos se ovilló, alguna vez, un fulgor. Por el contrario, los datos que proporciona el texto suponen poco más que la minucia. Conforme se avanza con la lectura, el texto mejora y el personaje adquiere vivacidad. En rigor, no es sino hasta las anotaciones de 1965 cuando La Tentación del Fracaso adquiere validez estrictamente literaria, y tanto mejor marcha el texto cuanto más hacia afuera se dirige la atención del protagonista. Así, el punto máximo, hasta el segundo tomo, se halla en la velada con Leopoldo Chariarse (13 de diciembre de 1974). Las maniobras y peripecias del poeta son narradas en un perfecto ritmo vaudevillesco. Desde entonces, el diario fluye con mayor facilidad, encontrando el tiempo para remansarse en consideraciones sobre la literatura y la vida: se prefiere los diarios de Jünger y Léautaud; se critica el amaneramiento con que los personajes de Salinger -cual egresados del Actor's Studio- se comportan; se juzga con justa dureza El Recurso del Método de Carpentier, y con poca perspicacia Aprendizaje de la limpieza, de Rodolfo Hinostroza, o Canto de Sirenas, de Gregorio Martínez. Retengo, sobre todo, una declaración como la siguiente, óptima: "Creo y seguiré creyendo que la duración de una obra reside en gran parte en sus cualidades estrictamente literarias. Por "literarias" entiendo el estilo, las metáforas, la armonía de la frase y de la construcción, elementos en suma sensoriales, sensuales, que muchos escritores negligen. Las ideas pasan, la expresión queda."

Como suele ocurrir en obras de su índole, La Tentación del Fracaso motivará, sin duda, sentimientos ambivalentes. Ello es inevitable con una obra que involucra la vida de manera directa y no rehuye detalles ni apreciaciones en que afloran la sinceridad y el dolor. Así, rememoro la lamentable imagen de Gonzalo More (quien pasa a la historia tan sólo por haber sido amante de Anais Nin) tan peruana, tan sudamericana, en lo que de peor tenemos; me asombra el complejo de Rodolfo Hinostroza con respecto a Mario Vargas Llosa -a este último se le presenta como a un individuo poco flexible ante opiniones discrepantes con la suya-; un par de apariciones de Manuel Scorza basta para hacerlo irremediablemente antipático; Pablo Macera es un joven calculador y los poetas Oscar Málaga (cuya poesía se tilda de "chabacana"), José Rosas Ribeyro, Patrick Rosas Ribeyro y Enrique Verástegui, desleales y políticamente poco consecuentes. Asumir en público apreciaciones duras sobre seres y escritos es, sin duda, un mérito en un medio como el peruano, proclive al elogio fácil e inútil, a la vez que reacio al intercambio de ideas.

Pero hay otras cosas también: Mimí y su mamá, la inquebrantable amistad de Alfredo Bryce y el triste destino de Perucho. Tampoco faltan momentos que marcaron a más de una generación: mayo del 68, la Revolución Peruana, la caída de Allende. Pero la Historia es apenas un eco muy bajo que se pierde entre consideraciones privadas. Ello no me parece un defecto y, por supuesto, no me sorprende. Lo que definitivamente desapruebo es que una X perversa escude la identidad de un ex ministro del Interior del Perú que confiesa a Ribeyro, durante una conversación en París, haber ordenado torturar a una persona (anotación del 27 de agosto de 1978). No interesa en demasía saber quién se oculta tras la letra C ni qué se hizo de Mimí, pero dejarnos sin saber la identidad de dicho funcionario significa una omisión que da miedo. Finalmente, algo que tentativamente definiría como sequedad espiritual -y de corazón- me aleja, a veces, del personaje Ribeyro. He abandonado varias veces la lectura del diario y la he retomado otras tantas, capturado por observaciones memorables ("Lo que deseamos se nos da, pero muy poocas veces en el momento oportuno. Todo llega, sin duda, pero cuando ya no lo necesitamos o cuando lo necesitamos menos o cuando ya no tiene importancia") o triviales pero en cuya simplicidad late cierta fantasía que no ligo de golpe a la figura del autor, como una anotación que deja entrever al amante del fútbol, o cuando proclama la superioridad del chancho peruano sobre el cochon francés.

Estría

¿Y el placer? La respuesta se me dificulta mucho. El placer es intransferible, por eso mis razones son solamente eso, mías. Lo cierto es que cuando comparo La Tentación del Fracaso con otros diarios relevantes, constato una suerte de vacío, de insuficiencia, no en la expresión ni en la factura sino en la inteligencia y en el ritmo vital del personaje. Leo entretenido a los Goncourt y con admiración a Amiel; a Pavese y a Kafka, con cautela; a Jünger, con respeto. La lectura de estos tres tomos proporciona una imagen de Ribeyro paradójicamente exterior. Me explico: una sensación de que, en rigor, las páginas de La Tentación del Fracaso no encierran secreto esencial alguno ni un excesivo interés por lo ajeno. Y por ello desconcierta y atrae la figura de Ribeyro. Porque es engañosamente común.

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© Sergio Ramírez Franco 2000
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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