Entrevista: Julio Ramón Ribeyro frente a Jorge Eduardo Eielson


J.R.R.— El caso de «poetas pintores» no es tan raro como puede parecer. Tenemos a Miguel Ángel, a Víctor Hugo, a Henri Michaux y, entre nosotros, a Eguren, según creo recordar. Con la publicación de El cuerpo de Giulia‑no ¿te incluirías dentro de esa familia espiritual de «poetas­pintores»?

J.E.E.— Incluirme al lado de Miguel Angel, Víctor Hugo o Eguren me parecería de una presunción realmente enorme, aun­que fuera el más humilde de sus descen­dientes. Por otra parte, la pregunta no me parece pertinente en cuanto yo no soy «poeta‑pintor» ni «pintor‑poeta», y nunca he comprendido este término. En una cierta época que no duró sino unos diez años, escribí poemas y me llamaron poeta. Y en otra posterior me dediqué a las artes visuales y no escribí poemas ni ningún texto realmente «literario». Sólo en un cortísimo periodo estas dos actividades han coincidido, precisamente entre los años 48 y 52. Además, corno tú sabes, he escrito artículos para periódicos y no soy periodista. He escrito algunas piezas de teatro y no soy dramaturgo. Hago tam­bién escultura y no soy escultor. He escrito cuentos y no soy cuentista. Una novela y media y no soy novelista. En 1962 com­puse una Misa solemne a Marilyn Monroe, para banda magnética, y últimamente pre­paro un concierto y no soy músico. Como ves no soy nada.

J.R.R.— De la existencia de El cuerpo de Giu­lia‑no sabía yo primero por terceras per­sonas y luego porque tuve ocasión de ho­jear los originales hace algunos años. ¿Cuándo fue exactamente que escribiste este libro y por qué tardaste en publicar­lo?

J.E.E.— Empecé el libro en él verano de 1953, en Roma, y lo terminé el verano de 1957, en la misma ciudad, pasando por larguísimos periodos de inactividad. En realidad, aunque ello no se note quizás en la novela, mi disgusto por la literatura era ya evidente y sobre todo la suerte de virtuosismo que yo entonces practicaba. Me parecía literalmente como si me rompiera la cabeza ante un estéril muro de palabras. Llegué a odiarlas. Así, de una masa informe de seiscientas a setecientas cuartillas no extraje sino las más legibles, y aquellas que podían trasmitir más sinceramente al lector ciertas experiencias de mi juventud. En cuanto a su publicación puedo decir sólo esto: jamás he escrito nada con la intención de publicarlo. Mis primeros poemas, como Reinos o Canción y muerte de Rolando es a Javier Sologu­ren que debo su difusión y creo que fue él el que envió los originales a un premio nacional, que me fue otorgado. Por tal razón no he publicado casi libros y no he hecho el menor gesto en ese sentido. Me en francamente sin importancia. Para El cuerpo de Giulia‑no tuve un contacto —no buscado por cierto— con la casa Gallimard, a través de Jean Genet, en 1955. Nunca contesté la carta, que debo conservar todavía. El libro era un caos, no lo consideraba bien, ni terminado y no tenía ganas de continuarlo. Sólo en 1969 tuve oportunidad de volver a ver a Octavio Paz aquí, el cual me lo pidió para pu­blicarlo en México. Cuando pasé por Lima, en 1967, llevé el original, por si se presentaba alguna oportunidad, así como todos los poemas reunidos en volumen, pero claro está que no se presentó ningu­na oportunidad. Sólo Javier, magnífico poeta y maravilloso amigo publico mutatis mutandis en La Rama Florida en una bella edición. Tales poemas, de 1954, son los últimos que he escrito, junto con Ha­bitación en Roma, que forman un grupo mayor y quizás más ambicioso. En los años siguientes, hasta el 60, fecha en que reanudo definitivamente mi trabajo pictó­rico, escribí otras cosas, pero que no con­sidero ya «poemas». Por lo menos no en el sentido tradicional. Ellos ofrecen difi­cultades de difusión mucho mayores y, con mucho optimismo, quizás puedan pu­blicarse en 1990. No es presunción ni cul­pa mía. Son simples razones de orden téc­nico y económico que nada tienen que hacer con mi trabajo.

J.R.R.— ¿Crees tú que el tener un doble oficio sea una ventaja o una debilidad? Quiero decir que corres el riesgo de no ser toma­do en serio en ningún bando y ser califica­do de «poeta» por los pintores y de «pin­tor» por los escritores.

J.E.E.— Me tienen sin cuidado los calificati­vos de los funcionarios de la palabra o de la paleta. En cuanto a ser tomado en se­rio, nada podría ser peor, puesto que yo mismo no me tomo en serio y me siento muy bien así. Puede ser tal vez una debili­dad tener un doble oficio pero como yo no tengo ninguno… A lo más se podría decir que ejerzo una actividad múltiple, entre las cuales, desde hace catorce anos, no incluyo la literatura, salvo algunas no­tas sobre artes visuales.

J.R.R.— Para haber sido escrito entre 1953‑57, tu libro me sorprende, pues se anticipa a una serie de novelas actuales calificadas en Latinoamérica de vanguardia. Me refiero a la preocupación por el lenguaje, a los juegos espacio‑temporales, a la presencia, por no decir la invasión, de la poesía en la prosa narrativa, etc. ¿Es que tenías con­ciencia entonces de estar escribiendo algo nuevo o novedoso? ¿Leías muchas novelas? ¿Qué novelas?

J.E.E.— Me halaga mucho si me he anticipado a algo, pero creo que esto no es de ningu­na importancia, o si la tiene ella es muy relativa, y formal. El afán de renovación exterior puede asimilarse con frecuencia a los espíritus competitivos, y yo nunca lo he sido y no lo seré nunca. Prueba es la siempre tardía o escasísima publicación de mis escritos. Además, no es un libro elque hay que juzgar nunca sino todo un trabajo, mejor aún, una vida. En realidad mi preocupación por el lenguaje era ya patente desde mis primeros poemas, a partir de 1944. Por ejemplo en «Parque para un hombre dormido», en «Genitales bajo el vino», en «Librería enterrada» y, so­bre todo, en «Bacanal», en donde la doloro­sa experiencia del hombre que escribe se trasforma en un grito de amor y de odio a la palabra impresa. Luego el proceso se agudiza en los «Ejercicios poéticos», algunos de los cuales fueron publicados en 1953, para terminar con Habitación en Roma, de manera más consciente. Estos poemas destilan literalmente su propia negación y el hastío y la esterilidad de la letra. Las transposiciones espacio‑temporales he co­menzado a usarlas bajo forma de anacro­nismos desde Antígona y Ájax en el infierno, de 1945. En cuanto al uso de repe­ticiones, inserción de lemas, aliteraciones, cortes arbitrarios, lectura en dos planos, fórmulas tomadas a los «scripts» cinema­tográficos, etc., son juegos de niños para quien ha leído a Joyce. No veo de qué vanguardia se puede hablar en Latinoamérica. Con excepción de algunos otros grandes nombres, que es inútil mencionar, he leído muy poca ficción. Y en los años 50, en Roma, ninguna novela. Vivía completamente al margen de la literatura y no tenía amigos escritores. Menos sabía aún de Latinoamérica. Sólo recientemente he podido apreciar el talento de los jóvenes escritores de nuestros países.

J.R.R.— Tengo un gran respeto por tu pudor, quiero decir por no hablar jamás de ti mismo, de tu pasado, de tus problemas personales. Me parece advertir, sin embar­go, que en este libro te refieres precisa­mente a tu infancia en la selva del Perú. ¿Qué hay de cierto en ello?

J.E.E.— Como tú sabes sin duda mejor que yo, todo es cierto en el mundo de la ficción, y muy poco en la realidad. No he pasado mi infancia en la selva ni mucho menos, sino sólo un periodo durante el cual tomé la costumbre de pasar las vacaciones del colegio en una propiedad familiar de la ceja de montaña. El resto de mi tiempo, hasta mi partida a Europa, lo he pasado en el agua. Mar y piscinas. El agua es el elemento que mejor conozco, como buen limeño. Tengo algún texto por allí que podría ser contrapuesto a El cuerpo de Giulia-no sobre el mar y su presencia. ¡Pero todo esto me resulta ya casi arqueológico!

J.R.R.— Como has escrito más de un poema y compuesto más de un cuadro, imagino que escribirás más de una novela. ¿Tienes algún proyecto al respecto?

J.E.E.— No. Escribir es una actividad solitaria, burguesa, en gran parte responsable de la alienación cotidiana y factor discriminante de primer grado. Pero ésta es una convicción personal que no extiendo a nadie, evidentemente. La actividad que me apasiona hoy en día es la acción inmediata. Los signos de la escritura están cargados de un simbolismo paralizante. Para la liberación del hombre-instrumento, víctima del Estado o de las grandes empresas privadas, son necesarios otros métodos. Hace poco he presentado un proyecto a las Olimpiadas de Munich en el que me lanzo contra el concepto de patria y bandera a través de una manifestación aparentemente «artística». Sé que no lo aceptarán. No importa. Seguiré insistiendo.

Oiga, 463 (1972)

Publicado en: http://julioramonribeyro.blogspot.com


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